Sacerdotalis Caelibatus

Encíclica sobre el celibato sacerdotal


«El espíritu está pronto, pero la carne es débil»

La ley del celibato sacerdotal hubo de ser reafirmada muchas veces en los concilios medievales. En el Concilio de Constanza (1414-1418) se culpa, en parte, de la situación del clero a los obispos, que no urgen suficientemente la observancia de esta ley. Pero ya en aquel concilio hubo algunos partidarios de disociar sacerdocio y celibato. En Trento (1545-1563) logra la Iglesia consolidar durablemente el celibato sacerdotal del clero secular. En nuestra época resurge el problema...

Cuando el Concilio Vaticano II estudiaba el esquema sobre los presbíteros, arreciaba una campaña contra el celibato del clero. L'Osservatore Romano hubo de asegurar: «Estamos autorizados a precisar que la ley sigue firme en todo su vigor» (11-10-1965). En esta situación infamada, Pablo VI retira de la asamblea conciliar la discusión pública de tema tan delicado e importante (11-10-1965). 

El Concilio confirma la ley del celibato sacerdotal para la Iglesia latina (Optatam totius 10, 28-10-7965; Presbyterorum ordinis 16, 7-12-1965). Continúa la barahúnda de manifiestos, panfletos, cartas en pro o en contra..:
En este ambiente Pablo VI publica su gran encíclica Sacerdotalis caelibatus (24-6-1967). En ella recoge atentamente todas las objeciones principales, las responde adecuadamente, y argumenta con fuerza la conveniencia de mantener firme el vínculo entre sacerdocio y celibato.

Prosiguen las hostilidades. Las más graves se producen en la V asamblea del Concilio Pastoral de Holanda. Una encuesta previa ha fundamentado, partiendo de «la realidad», una recomendación contraria a la ley del celibato sacerdotal. El cap. VI del estudio sobre la encuesta se titula significativamente: «El veredicto de los hechos»... «Partiendo de hechos científicos proporcionados por la encuesta sociológica y de su elaboración teológica, las líneas de conducta que siguen parecen justificadas desde la perspectiva cristiana». (Sobre la inadmisible calidad técnica de la encuesta, cf. W. DE BONT, en La Vie Spirituelle. Supplément 90, 1969, 430-441. En otros países se realizó una operación análoga.)

«Serias reservas» del Papa expresadas al Episcopado holandés (24-12-1969). El Concilio Pastoral mantiene su recomendación de un celibato sacerdotal optativo (4/8-1-1970), con apoyo de sus obispos (19-1-1970). Alocución impresionante de Pablo VI (Angelus 1-2-1970). Carta severa y apenada de Mons. Villol, secretario de Estado (2-2-1970). Conferencias Episcopales e importantes figuras de la Iglesia apoyan la doctrina y la decisión de Pablo VI... Quizá por cansancio, se llega a un relativo apaciguamiento de las hostilidades en el Sínodo III de los Obispos (10-11-1971), en el que se confirman las decisiones del Concilio y de la encíclica.
Muchos siglos dura el asedio contra la Roca...

BIBLI0GRAFIA

Sacerdocio y celibato, ed. j. Coppens (Madrid 1972, BAC 326).
GALOT, j. La motivation evangelique du Mibal: «Gecgorianum» 53 (1972) 731-758.
IRABURU, J. M., Exigencias espirituales peculiares en la vida del presbítero, en Los presbítleros; a los diez años de «Presbyterorum ordinis», Teología del Sacerdocio v.7, Burgos 1975, 407-462.
MERINO, L., Origen y vicisitudes históricas del celibato ministerial: «Burgense» 21 (1971) 91-162; arts. en «Seminarium» 19 (1967).
MARCHISANO, F., Il celibato ecclesiastico nell'insegnamento dei Sommi Pontefici e dei Concili, 729-773.
OGOIONI, G., Il celibato sacerdotale: aspetti escatologici, 807-824.
PORTILLO, A. DEL-, Caelibatus sacerdotalis in Decreto conciliar «Presbyterorum ordinis», 711-728.

SUMARIO

Introducción. 1) El celibato sacerdotal hoy, 1-4. 2) Objeciones, 5- 11. 3) Confirmación del celibato eclesiástico, 12-16.
I. aspectos doctrinales. 1) Los fundamentos del celibato sacerdotal, 1718. A) Dimensión cristológica, 19-25. B) Dimensión eclcsiológica, 26-32. C) Dimensión escatológica, 33-34. 2) El celibato en la vida de la Iglesia, 35-49. 3) El celibato y los valores humanos, 50-59.
II. Aspectos pastorales. 1) La formación sacerdotal, 60-72. 2) La vida sacerdotal, 73-82. 3) Dolorosas deserciones, 83-90. 4) La solicitud del obispo, 91-95. 5) La ayuda de los fieles, 96-97.
Conclusión, 98-99.

INTRODUCCION

1. EL CELIBATO SACERDOTAL HOY

Situación actual

1. El celibato sacerdotal, que la Iglesia custodia desde hace siglos como perla preciosa, conserva todo su valor también en nuestro tiempo, caracterizado por una profunda transformación de mentalidades y de estructuras.
Pero en el clima de los nuevos fermentos se ha manifestado también la tendencia, más aún, la expresa voluntad de solicitar de la Iglesia que reexamine esta institución suya característica, cuya observancia, según algunos, llevaría a ser ahora problemática y casi imposible en nuestro tiempo y en nuestro mundo.

Una promesa nuestra

2. Este estado de cosas, que sacude la conciencia y provoca la perplejidad en algunos sacerdotes y jóvenes aspirantes al sacerdocio, y engendra confusión en muchos fieles, nos obliga a poner un término a la dilación para mantener la promesa que hicimos a los venerables padres del concilio, a los que declaramos nuestro propósito de dar nuevo lustre y vigor al celibato sacerdotal en las circunstancias actuales2. Entre tanto, larga y fervorosamente hemos invocado las necesarias luces y ayudas del Espíritu Paráclito, y hemos examinado, en la presencia de Dios, los pareceres y las instancias que nos han llegado de todas partes, ante todo de varios pastores de la Iglesia de Dios.

Amplitud y gravedad de la cuestión

3. La gran cuestión relativa al sagrado celibato del clero en la Iglesia se ha presentado durante mucho tiempo a nuestro espíritu en toda su amplitud y en toda su gravedad. ¿Debe todavía hoy subsistir la severa y sublimadora obligación para los que pretenden acercarse a las sagradas órdenes mayores? ¿Es hoy posible, es hoy conveniente la observancia de semejante obligación? ¿No será ya llegado el momento para abolir el vínculo que en la Iglesia une el sacerdocio con el celibato? ¿No podría ser facultativa esta difícil observancia? ¿No saldría favorecido el ministerio sacerdotal, facilitada la aproximación ecuménica? Y si la áurea ley del sagrado celibato debe todavía subsistir, ¿con qué razones ha de probarse hoy que es santa y conveniente? ¿Y con qué medios puede observarse y cómo convertirse de carga en ayuda para la vida sacerdotal?

La realidad y los problemas

4. Nuestra atención se ha detenido de modo particular en las objeciones que de varias formas se han formulado o se formulan contra el mantenimiento del sagrado celibato. Efectivamente, un tema tan importante y tan complejo nos obliga, en virtud de nuestro servicio apostólico, a considerar lealmente la realidad y los problemas que implica, pero iluminándolos, como es nuestro deber y nuestra misión, con la luz de la verdad, que es. Cristo, con el anhelo de cumplir en todo la voluntad de aquel que nos ha llamado a este oficio, y de manifestarnos como efectivamente somos ante la Iglesia, el siervo de los siervos de Dios.

2. OBJECIONES

El celibato y el Nuevo Testamento

5. Se puede decir que nunca como hoy el tema del celibato eclesiástico se ha investigado con mayor intensidad y bajo todos sus aspectos, en el plano doctrinal, histórico, sociológico, psicológico y pastoral, y frecuentemente con intenciones fundamentalmente rectas, aunque a veces las palabras puedan haberlas traicionado.
Miremos honradamente las principales objeciones contra la ley del celibato eclesiástico unido al sacerdocio.
La primera parece que proviene de la fuente más autorizada: el Nuevo Testamento, en el que se conserva la doctrina de Cristo y de los apóstoles, no exige el celibato de los sagrados ministros, sino que más bien lo propone como obediencia libre a una especial vocación o a un especial carisma3. Jesús mismo no puso esta condición previa en la elección de los doce, como tampoco los apóstoles para los que ponían al frente de las primeras comunidades cristianas4.

Los Padres de la Iglesia

6. La íntima relación que los Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos establecieron a lo largo de los siglos entre la vocación al sacerdocio ministerial y la sagrada virginidad, encuentra su origen en mentalidades y situaciones históricas muy diversas de las nuestras. Muchas veces en los textos patrísticos se recomienda al clero, más que cl celibato, la abstinencia en el uso del matrimonio, y las razones que se aducen en favor de la castidad perfecta de los sagrados ministros parecen a veces inspiradas en un excesivo pesimismo sobre la condición humana de la carne, o en una particular concepción de la pureza necesaria para el contacto con las cosas sagradas. Además, los argumentos ya no estarían en armonía con todos los ambientes socioculturales donde la Iglesia está llamada hoy a actuar por medio de sus sacerdotes.

Vocación y celibato

7. Una dificultad que muchos notan consiste en el hecho de que, con la disciplina vigente del celibato, se hace coincidir el carisma de la vocación sacerdotal con el carisma de la perfecta castidad como estado de vida del ministro de Dios; y por eso se preguntan si es justo alejar del sacerdocio a los que tendrían vocación ministerial sin tener la de la vida célibe.

La escasez de clero

8. Mantener el celibato sacerdotal en la Iglesia traería además un daño gravísimo allí donde la escasez numérica del clero, dolorosamente reconocida y lamentada por el mismo concilio5, provoca situaciones dramáticas, obstaculizando la plena realización del plan divino de la salvación y poniendo a veces en peligro la misma posibilidad del primer anuncio del Evangelio. Efectivamente, esta penuria de clero, que preocupa, algunos la atribuyen al peso de la obligación del celibato.

Sombras en el celibato

9. No faltan tampoco quienes están convencidos de que un sacerdocio con el matrimonio no sólo quitaría la ocasión de infidelidades, desórdenes y dolorosas defecciones, que hieren -y llenan de dolor a toda la Iglesia, sino que permitiría a los ministros de Cristo dar un testimonio más completo de la vida cristiana, incluso en el campo de la familia, del cual su estado actual los excluye.

Violencia a la naturaleza

10. Hay, también quien insiste en la afirmación según la cual el sacerdote, en virtud de su celibato, se encuentra en una situación física y. psicológica antinatural, dañosa al equilibrio y a la maduración de su personalidad humana. Así sucede —dicen— que a menudo el sacerdote se agoste y carezca de calor humano, de una plena comunión de vida y de destino con el resto de sus hermanos, y se vea forzado a una soledad que es fuente de amargura y de desaliento. Todo esto ¿no indica acaso una injusta violencia y un injustificable desprecio de valores humanos que se derivan de la obra divina de la creación, y que se integran en la obra de la redención, realizada por Cristo?

Formación inadecuada

11. Observando además el modo como un candidato al sacerdocio llega a la aceptación de un compromiso tan gravoso, se alega que en la práctica es el resultado de una actitud pasiva, causada muchas veces por una formación no del todo adecuada y respetuosa de la libertad humana, más bien que el resultado de una decisión auténticamente personal, ya que el grado de conocimiento y de autodecisión del joven y su madurez psicofísica son bastante inferiores, y en todo caso desproporcionadas, respecto a la entidad, a las dificultades objetivas y a la duración del compromiso que toma sobre sí.

3. CONFIRMACIÓN DEL CELIBATO ECLESIÁSTICO. 

RECONOZCAMOS EL. DON DE DIOS

12. No ignoramos que se pueden proponer también otras objeciones contra el sagrado celibato. Es éste un tema muy complejo que toca en lo vivo la concepción habitual de la vida y que introduce en ella la luz superior, que proviene de la divina revelación; una serie interminable de dificultades se presentará a los que no... entienden esta palabra6, no conocen u olvidan el don de Dios7 y no saben cuál es la lógica superior de esta nueva concepción de la vida y cuál su admirable eficacia, su exuberante plenitud.

Testimonio del pasado y del presente

13. Semejante coro de objeciones parece que sofocaría la voz secular y solemne de los pastores de la Iglesia, de los maestros de espíritu, del testimonio vivido por una legión sin número de santos y de fieles ministros de Dios, que han hecho del celibato objeto interior y signo exterior de su total y gozosa donación al misterio de Cristo. No: esta voz es también ahora fuerte y serena; no viene solamente del pasado, sino también del presente. En nuestro cuidado de observar siempre la realidad, no podemos cerrar los ojos ante esta magnífica y sorprendente realidad; hay todavía hoy en la santa Iglesia de Dios, en todas las partes del mundo, innumerables ministros sagrados -subdiáconos, diáconos, presbíteros, obispos- que viven de modo intachable el celibato voluntario y consagrado; y junto a ellos no podemos por menos de contemplar las falanges inmensas de los religiosos, de las religiosas y aun de jóvenes y de hombres seglares, fieles todos al compromiso de la perfecta castidad; castidad vivida no por desprecio del don divino de la vida, sino por amor superior a la vida nueva que brota del misterio pascual; vivida con valiente austeridad, con gozosa espiritualidad, con ejemplar integridad y también con relativa facilidad. Este grandioso fenómeno prueba una singular realidad del reino de Dios, que vive en el seno de la sociedad moderna, a la que presta humilde y benéfico servicio de luz del mundo y de sal de la tierra8. No podemos silenciar nuestra admiración; en todo ello sopla. sin duda ninguna, el espíritu de Cristo.

Confirmación de la validez del celibato

14. Pensamos, pues, que la vigente ley del sagrado celibato debe, también hoy, y firmemente, estar unida al ministerio eclesiástico; ella debe sostener al ministro en su elección exclusiva, perenne y. total del único y sumo amor de Cristo y de la dedicación al culto de Dios y al servicio de la Iglesia, y debe cualificar su estado de vida tanto en la comunidad de los fieles como en la profana.

La potestad de la Iglesia

15. Ciertamente, el carisma de la vocación sacerdotal, enderezado al culto divino y al servicio religioso y pastoral del Pueblo de Dios, es distinto del carisma que induce a la elección del celibato como estado de vida consagrada (cf. n.5,7); mas la vocación sacerdotal, aunque divina en su inspiración, no viene a ser definitiva y operante sin la prueba y la aceptación de quien en la Iglesia tiene la potestad y la responsabilidad del ministerio para la comunidad eclesial; y, por consiguiente, toca a la autoridad de la Iglesia determinar, según los tiempos y los lugares, cuáles deben ser en concreto los hombres y. cuáles sus requisitos para que puedan considerarse idóneos para el servicio religioso y pastoral de la Iglesia misma.

Propósito de la encíclica

16. Con espíritu de fe consideramos, por lo mismo, favorable la ocasión que nos ofrece la divina Providencia para ilustrar nuevamente, y de una manera más adaptada a los hombres de nuestro tiempo, las razones profundas del sagrado celibato, ya que, si las dificultades contra la fe «pueden estimular el espíritu a una más cuidadosa y profunda inteligencia de la misma»9, no acontece de otro modo con la disciplina eclesiástica que dirige la vida de los creyentes.
Nos mueve el gozo de contemplar en esta ocasión y desde este punto de vista la divina riqueza y belleza de la Iglesia de Cristo, no siempre inmediatamente descifrable a los ojos humanos, porque es obra del amor del que es cabeza divina de la Iglesia, y porque se manifiesta en aquella perfección de santidad10 que asombra al espíritu humano y encuentra insuficientes las fuerzas del ser humano para dar razón de ella.

I. ASPECTOS DOCTRINALES

1. LOS FUNDAMENTOS DEL CELIBATO SACERDOTAL

El concilio y el celibato

17. Ciertamente, como ha declarado El sagrado Concilio ecuménico Vaticano II, la virginidad «no es exigida por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias orientales»11, pero el mismo sagrado concilio no ha dudado en confirmar solemnemente la antigua, sagrada y providencial ley vigente del celibato sacerdotal, exponiendo también los motivos que la justifican para todos los que saben apreciar con espíritu de fe y con íntimo y generoso fervor los dones divinos.

Argumentos antiguos puestos a nueva luz

18. No es la primera vez que se reflexiona sobre la «múltiple conveniencia» (l.c.) del celibato para los ministros de Dios; y aunque las razones aducidas han sido diversas, según la diversa mentalidad y las diversas situaciones, han estado siempre inspiradas en consideraciones específicamente cristianas, en el fondo de las cuales late la intuición de motivos más profundos. Estos motivos pueden venir a mejor luz, no sin el influjo del Espíritu Santo, prometido por Cristo a los suyos para el conocimiento de las cosas venideras12 y para hacer progresar en el Pueblo de Dios la inteligencia del misterio de Cristo y de la Iglesia, sirviéndose también de la experiencia procurada por una penetración mayor de las cosas espirituales a través de los siglos13.

A. Dimensión cristológica

La novedad de Cristo
19. El sacerdocio cristiano, que es nuevo, solamente puede ser comprendido a la luz de la novedad de Cristo. pontífice sumo y eterno sacerdote, que ha instituido el sacerdocio ministerial como real participación de su único sacerdocio14. El ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios15 tiene, por consiguiente, en El también el modelo directo y el supremo ideal16. El Señor Jesús, unigénito de Dios enviado por el Padre al mundo, se hizo hombre para que la humanidad, sometida al pecado y la muerte, fuese. regenerada y, mediante un nuevo nacimiento17, entrase en cl reino de los cielos. Consagrado totalmente a la voluntad del Padre18, Jesús realizó mediante su misterio pascual esta nueva creación19, introduciendo en el tiempo y en el mundo una forma nueva, sublime y divina de vida, que transforma la misma condición terrena de la humanidad 20.
Matrimonio y celibato en la novedad de Cristo
20. El matrimonio, que por voluntad de Dios continúa la obra de la primera creación21, asumido en el designio total de la salvación, adquiere, también él, nuevo significado y valor. Efectivamente, Jesús le ha restituido su primitiva dignidad22, lo ha honrado23 y lo ha elevado a la dignidad de sacramento y de misterioso signo de su unión con la Iglesia24. Así, los cónyuges cristianos, en el ejercicio del mutuo amor, cumpliendo sus específicos deberes y tendiendo a la santidad que les es propia, marchan juntos hacia la patria celestial. Cristo, mediador de un testamento más excelente25, ha abierto también un camino nuevo, en el que la criatura humana. adhiriéndose total y directamente al Señor y preocupada solamente de El y de sus cosas26, manifiesta de modo más claro y complejo la realidad, profundamente innovadora, del Nuevo Testamento.
Virginidad y sacerdocio en Cristo mediador
21. Cristo, Hijo único del Padre, en virtud de su misma encarnación ha sido constituido mediador entre el cielo y la tierra, entre el Padre y el género humano. En plena armonía con esta misión; Cristo permaneció toda la vida en el estado de virginidad, que significa su dedicación total al servicio de Dios y de los hombres. Esta profunda conexión entre la virginidad y el sacerdocio en Cristo se refleja en los que tienen la suerte de participar de la dignidad y de la misión del mediador y sacerdote eterno, y esta participación será tanto más perfecta cuanto el sagrado ministro esté más libre de vínculos de carne y de sangre27.
El celibato por el reino de los cielos
22. Jesús, que escogió los primeros ministros de la salvación y quiso que entrasen en la inteligencia de los misterios del reino de los cielos28, cooperadores de Dios con título especialísimo, embajadores suyos29, y les llamó amigos y hermanos30, por los cuales se consagró a sí mismo a fin de que fuesen consagrados en la verdad31, prometió una recompensa superabundante a todo el que hubiera abandonado casa, familia, mujer e hijos por el reino de Dios32. Más aún, recomendó también33, con palabras cargadas de misterio y de expectación, una consagración todavía más perfecta al reino de los cielos por medio de la virginidad, como consecuencia de un don especial34.: La respuesta a este divino carisma tiene como motivo el reino de los cielos (Ibíd., v.12); e igualmente de este reino, del Evangelio y del nombre de Cristo35 toman su motivo las invitaciones de Jesús a las arduas renuncias apostólicas para una participación más íntima en su suerte36.
Testimonio de Cristo
23. Es, pues, el misterio de la novedad de Cristo, de todo lo que El es y significa; es la suma de los más altos ideales del Evangelio y del reino; es una especial manifestación de la gracia que brota del misterio pascual del Redentor lo que hace deseable y digna la elección de la virginidad por parte de los llamados por el Señor Jesús, con la intención no solamente de participar de su oficio sacerdotal, sino también de compartir con El su mismo estado de vida.
Plenitud de amor
24. La respuesta a la vocación divina es una respuesta de amor al amor que Cristo nos ha demostrado de manera sublime37; ella se cubre de misterio en el particular amor por las almas a las cuales El ha hecho sentir sus llamadas más comprometedoras38. La gracia multiplica con fuerza divina las exigencias del amor, que, cuando es auténtico, es total, exclusivo, estable Y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos. Por eso la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la Iglesia «como señal y estímulo de caridad»39, señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos. ¿Quién jamás puede ver en una vida entregada tan enteramente y por las razones que hemos expuesto, señales de pobreza espiritual, de egoísmo, mientras que, por el contrario, es, y debe ser, un extraordinario y por demás significativo ejemplo de vida, que tiene como motor y fuerza el amor, en el que el hombre expresa su exclusiva grandeza? ¿Quién jamás podrá dudar de la plenitud moral y espiritual de una vida de tal manera consagrada, no ya a un ideal, aunque sea el más sublime, sino a Cristo y a su obra en favor de una humanidad nueva, en todos los lugares y en todos los tiempos?
Invitación al estudio
25. Esta perspectiva bíblica y teológica, que asocia nuestro sacerdocio ministerial al de Cristo, y que de la total y exclusiva entrega de Cristo a su misión salvífica saca el ejemplo y la razón de nuestra asimilación a la forma de caridad y de sacrificio, propia de Cristo redentor, nos parece tan fecunda y tan llena de verdades especulativas y prácticas, que os invitamos a vosotros, venerables hermanos, invitamos a los estudiosos de la doctrina cristiana y a los maestros de espíritu y a todos íos sacerdotes capaces de las intuiciones sobrenaturales sobre su vocación, a perseverar en el estudio de estas perspectivas y penetrar en sus íntimas y fecundas realidades, de suerte que cl vínculo entre el sacerdocio y el celibato aparezca cada vez mejor en su lógica luminosa y heroica, de amor único e ilimitado hacia Cristo Señor y hacia su Iglesia.

B. Dimensión eclesiológica

El celibato y el amor de Cristo y del sacerdote por la Iglesia
26. Apresado por Cristo Jesús40 hasta el abandono total de sí mismo en El, el sacerdote se configura más perfectamente a Cristo; también en el amor con que el eterno sacerdote ha amado a su cuerpo, la Iglesia, ofreciéndose a sí mismo todo por ella, para hacer de ella una esposa gloriosa, santa e inmaculada41.
Efectivamente, la virginidad consagrada de los sagrados ministros manifiesta el amor virginal de Cristo a su Iglesia y la virginal y sobrenatural fecundidad de esta unión, por la cual los hijos de Dios no son engendrados ni por la carne ni por la sangre42.
Unidad y armonía en la vida sacerdotal: el ministerio de la Palabra
27. El sacerdote, dedicándose al servicio del Señor Jesús y de su Cuerpo místico en completa libertad, más facilitada gracias a su total ofrecimiento, realiza más plenamente la unidad y la armonía de su vida sacerdotal43. Crece en él la idoneidad para oír la palabra de Dios y. para la oración. De hecho, la palabra de Dios, custodiada por la Iglesia, suscita en el sacerdote que diariamente la medita, la vive y la anuncia a los fieles, los ecos más vibrantes y profundos.
El oficio divino y la oración
28. Así, dedicado total y exclusivamente a las cosas de Dios y de la Iglesia, como Cristo44, su ministro, a imitación del Sumo Sacerdote, siempre en la presencia de Dios para interceder en favor nuestro45, recibe, del atento y devoto rezo del oficio divino con el que él presta su voz a la Iglesia, que ora juntamente con su Esposo46, alegría e impulsos incesantes, y experimenta la necesidad de prolongar su asiduidad en la oración, que es una función exquisitamente sacerdotal47.
El ministerio de la gracia y de la Eucaristía
29. Y todo el resto de la vida del sacerdote adquiere mayor plenitud de significado y de eficacia santificadora. Su especial empeño en la propia santificación encuentra, efectivamente, nuevos incentivos en el ministerio de la gracia y en el ministerio de la Eucaristía, en la que se encierra todo el bien de la Iglesia48; actuando en persona de Cristo, el sacerdote se une más íntimamente a la ofrenda, poniendo sobre el altar su vida entera, que lleva las señales del holocausto.
Vida plenísima y fecunda
30. ¿Qué otras consideraciones más podríamos hacer sobre el aumento de capacidad, de servicio, de amor, de sacrificio del sacerdote por todo el Pueblo de Dios? Cristo ha dicho de sí: Si el grano de trigo, no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto49. Y el apóstol Pablo no dudaba exponerse a morir cada día para poseer en sus fieles una gloria en Cristo Jesús 50. Así, el sacerdote, muriendo cada día totalmente a sí mismo, renunciando al amor legítimo de una familia propia Por amor de Cristo y de su reino, hallará la gloria de una vida en Cristo plenísima y fecunda, porque como El y en El ama y se da a todos los hijos de Dios.
El sacerdote célibe en la comunidad de los fieles
31. En medio de la comunidad de los fieles confiados a sus cuidados, el sacerdote es Cristo presente; de ahí la suma conveniencia de que en todo reproduzca su imagen, Y en particular de que siga su ejemplo en su vida íntima lo mismo que en su vida de ministerio. Para sus hijos en Cristo, el sacerdote es signo y prenda de las sublimes y nuevas realidades del reino de Dios, del que es dispensador, poseyéndolas por su parte en el grado más perfecto y alimentando la fe y la esperanza de todos los cristianos, que en cuanto tales están obligados a la observancia de la castidad según el propio estado.
Eficacia pastoral del celibato
32. La consagración a Cristo, en virtud de un titulo nuevo Y excelso cual es el celibato, permite además al sacerdote, como es evidente también en el campo práctico, la mayor eficiencia y la mejor actitud psicológica v afectiva para el ejercicio continuo de la caridad perfecta, que le permitirá, de manera más amplia y concreta, darse todo para utilidad de todos51 y le garantiza claramente una mayor libertad y disponibilidad en el ministerio pastoral52, en su activa y amorosa presencia en medio del mundo al que Cristo lo ha enviado53 a fin de que pague enteramente a todos los hijos de Dios la deuda que se les debe54.

C. (Dimensión escatológica

El anhelo del Pueblo de Dios por el reino celestial
33. El reino de Dios, que no es de este mundo55, está aquí en la tierra presente en misterio y llegará a su perfección con la venida gloriosa del Señor Jesús56. De este reino, la Iglesia forma aquí abajo como el germen y el principio; y mientras que va creciendo lenta, pero seguramente, siente el anhelo de aquel reino perfecto y desea, con todas sus fuerzas, unirse a su rey en la gloria57.
En la historia, el Pueblo de Dios, peregrino, está en camino hacia su verdadera patria58, donde se manifestará en toda su plenitud la filiación divina de los redimidos59 y donde resplandecerá definitivamente la belleza transfigurada de la Esposa del Cordero divino60.
El celibato como signo de los bienes celestiales
34. Nuestro Señor y Maestro ha dicho que en la resurrección no se tornará mujer ni marido, sino que serán como ángeles de Dios en el cielo61. En el mundo de los hombres, ocupados en gran número en los cuidados terrenales y dominados con gran frecuencia por los deseos de la carne62, el precioso don divino de la perfecta continencia por el reino de los cielos constituye precisamente «un signo particular de los bienes celestiales»63, anuncia la presencia sobre la tierra de los últimos tiempos de la salvación64 con el advenimiento de un mundo nuevo, y anticipa de alguna manera la consumación del reino, afirmando sus valores supremos, que un día brillarán en todos los hijos de Dios. Por eso, es un testimonio de la necesaria tensión del Pueblo de Dios hacia la meta última de su peregrinación terrenal y un estímulo para todos a alzar la mirada a las cosas que están allá arriba, en donde Cristo está sentado a la diestra del Padre y donde nuestra villa está escondida con Cristo en Dios, hasta que se manifieste en la gloria65.

2. EL CELIBATO EN LA VIDA DE LA IGLESIA

En la antigüedad

35. El estudio de los documentos históricos sobre el celibato eclesiástico sería demasiado largo, pero muy instructivo. Baste la siguiente indicación: en la antigüedad cristiana, los Padres y los escritores eclesiásticos dan testimonio de la difusión, tanto en Oriente como en Occidente, de la práctica libre del celibato en los sagrados ministros66, por su gran conveniencia con su total dedicación al servicio de Dios y de su Iglesia.

La Iglesia de Occidente

36. La Iglesia de Occidente, desde los principios del siglo IV, mediante la intervención de varios concilios provinciales y de los sumos pontífices, corroboró, extendió y sancionó esta práctica67. Fueron sobre todo los supremos pastores y maestros de la iglesia de Dios, custodios e intérpretes del patrimonio de la fe y de las santas costumbres cristianas, los que promovieron, defendieron y restauraron el celibato eclesiástico en las sucesivas épocas de la historia, aun cuando se manifestaban oposiciones en el mismo clero y las costumbres de una sociedad en decadencia no favorecían, ciertamente, los heroísmos de la virtud. La obligación del celibato fue además solemnemente sancionada por el sagrado Concilio ecuménico Tridentino68 e incluida finalmente en el Código de Derecho Canónico (can. 132,1) [nuevo can.277].

El magisterio pontificio reciente

37. Los sumos pontífices más cercanos a nosotros desplegaron su ardentísimo celo y su doctrina para iluminar y estimular al clero a esta observancia69, y no queremos dejar de rendir un homenaje especial a la piadosísima memoria de nuestro inmediato predecesor, todavía vivo en el corazón del mundo, el cual, en el Sínodo romano, pronunció, entre la sincera aprobación de nuestro clero de la urbe, las palabras siguientes: «Nos llega al corazón el que... alguno pueda fantasear sobre la voluntad o la conveniencia para la Iglesia católica de renunciar a lo que, durante siglos y siglos, fue y sigue siendo una de las glorias más nobles y más puras de su sacerdocio. La ley del celibato eclesiástico, y el cuidado de mantenerla, queda siempre como una evocación de las batallas de los tiempos heroicos, cuando la Iglesia de Dios tenía que combatir, y salió victoriosa, por el éxito de su trinomio glorioso, que es siempre símbolo de victoria: Iglesia de Cristo libre, casta y católica»70.

La Iglesia de Oriente

38. Si es diversa la legislación de la Iglesia de Oriente en materia de disciplina del celibato en el clero, como fue finalmente establecida por el Concilio Trullano desde el año 69271 y como ha sido abiertamente reconocido por el Concilio Vaticano II72, esto es debido también a una diversa situación histórica de aquella parte nobilísima de la Iglesia, situación a la que el Espíritu Santo ha acomodado su influjo providencial y sobrenaturalmente.
Aprovechamos esta ocasión para expresar nuestra estima y nuestro respeto a todo el clero de las Iglesias orientales y para reconocer en él ejemplos de Fidelidad y de celo que lo hacen digno de sincera veneración.

La voz de los Padres orientales

39. Pero nos es también motivo de aliento para perseverar en la observancia de la disciplina, en relación con cl celibato del clero, la apología que los Padres orientales nos han dejado sobre la virginidad. Resuena en nuestro corazón, por ejemplo, la voz de San Gregorio Niseno, que nos recuerda que «la vida virginal es la imagen de la felicidad que nos espera en el mundo futuro»73, y no menos nos conforta el encomio del sacerdocio, que seguimos meditando, de San Juan Crisóstomo, ordenado a ilustrar la necesaria armonía que debe reinar entre la vida privada del ministro del altar y la dignidad de la que está revestido, en orden a sus sagradas funciones: «a quien se acerca al sacerdocio, le conviene ser puro como si estuviera en el cielo» 74.

Significativas indicaciones en la tradición oriental

40. Por lo demás, no es inútil observar que también en el Oriente solamente los sacerdotes célibes son ordenados obispos, y los sacerdotes mismos no pueden contraer matrimonio después de la ordenación sacerdotal; lo que deja entender que también aquellas venerables Iglesias poseen en cierta medida el principio del sacerdocio celibatario y el de una cierta correlación entre el celibato y el sacerdocio cristiano, del cual los obispos poseen el ápice y la plenitud75.

La fidelidad de la Iglesia de Occidente a su propia tradición

41. En todo caso, la Iglesia de Occidente no puede faltar en su fidelidad a la propia y antigua tradición, y no cabe pensar que durante siglos haya seguido un camino que, en vez de favorecer la riqueza espiritual de cada una de las almas y del Pueblo de Dios, la haya en cierto modo comprometido; o que, con arbitrarias intervenciones jurídicas, haya reprimido la libre expansión de las más profundas realidades de la naturaleza y de la gracia.

Casos especiales

42. En virtud de la norma fundamental del gobierno de la Iglesia católica, a la que arriba hemos aludido (n.15), de la misma manera que, por una parte, queda confirmada la ley que requiere la elección libre y perpetua del celibato en aquellos que son admitidos a las sagradas órdenes, se podrá, por otra, permitir el estudio de las particulares condiciones de los ministros sagrados casados, pertenecientes a Iglesias o comunidades cristianas todavía separadas de la comunión católica, quienes, deseando dar su adhesión a la plenitud de esta comunión y ejercitar en ella su sagrado ministerio, fuesen admitidos a las funciones sacerdotales, pero en condiciones que no causen perjuicio a la disciplina vigente sobre el sagrado celibato.
Y que la autoridad de la Iglesia no rehuye el ejercicio de esta potestad lo demuestra la posibilidad, propuesta por el reciente concilio ecuménico, de conferir el sacro diaconado incluso a hombres de edad madura que viven en cl matrimonio76.

Confirmación

43. Pero todo esto no significa relajación de la ley vigente y no debe interpretarse como un preludio de su abolición. Y más bien que condescender con esta hipótesis, que debilita en las almas el vigor y. el amor que hace seguro y feliz el celibato, y oscurece la verdadera doctrina que justifica su existencia y glorifica su esplendor, promuévase cl estudio en defensa del concepto espiritual y del valor moral de la virginidad y del celibato77.

Don que Dios dará si se le pide

44. La sagrada virginidad es un don especial, pero la Iglesia entera de nuestro tiempo, representada solemne y universalmente por sus pastores responsables, y respetando siempre, como ya hemos dicho, la disciplina de las Iglesias orientales, ha manifestado su plena certeza en cl Espíritu de «que el don del celibato, tan congruente con el sacerdocio del Nuevo Testamento, lo otorgará generosamente cl Padre con tal de que los que por el sacramento del orden participan del sacerdocio de Cristo, más aún, toda la Iglesia, lo pidan con humildad e insistencia»78.

La oración del Pueblo de Dios

45. Y hacemos en espíritu un llamamiento a todo el Pueblo de Dios. para que, cumpliendo con su deber de procurar el incremento de las vocaciones sacerdotales79, suplique instantemente al Padre de todos, al Esposo divino de la Iglesia y al Espíritu Santo. que es su alma, para que, por intercesión de la Bienaventurada Virgen Madre de Cristo y de la Iglesia, comunique especialmente en nuestro tiempo, este don divino, del cual el Padre ciertamente no es avaro, y para que las almas se dispongan a El con espíritu de profunda fe y de generoso amor.
Así, en nuestro mundo, que tiene necesidad de la gloria de Dios80, los sacerdotes configurados cada vez más perfectamente con el sacerdote único y sumo, sean gloria refulgente de Cristo81 y por su medio sea magnificada la gloria de la gracia de Dios en el mundo de hoy82.

El mundo de hoy necesita el celibato sacerdotal

46. Sí, venerables y carísimos hermanos en el sacerdocio, a quienes amamos «en el corazón de Jesucristo»83; precisamente el mundo en que hoy vivimos, atormentado por una crisis de crecimiento y de transformación, justamente orgulloso de los valores humanos y de las humanas conquistas, tiene urgente necesidad del testimonio de vidas consagradas a los más altos y, sagrados valores del alma, a fin de que a este tiempo nuestro no le falte la admirable y casi divina luz de las más sublimes conquistas del espíritu.

La escasez numérica de los sacerdotes

47. Nuestro Señor Jesucristo no vaciló en confiar a un puñado de hombres, que cualquiera hubiera juzgado insuficientes por número y calidad, la misión formidable de la evangelización del mundo entonces conocido; y a este pequeño rebaño le advirtió que no se desalentase84, porque con El y por El, gracias a su constante asistencia85 conseguirían la victoria sobre el mundo86. Jesús nos ha enseñado también que el reino de Dios tiene una fuerza íntima y secreta que le permite crecer y llegar a madurar sin que el hombre lo sepa87. La mies del reino de los cielos es mucha, y los obreros, hoy lo mismo que al principio, son pocos; ni han llegado jamás a un número tal que el juicio humano lo haya podido considerar suficiente. Pero el Señor del reino exige que se pida para que el dueño de la mies mande los obreros a su campo88. Los consejos y la prudencia de los hombres no pueden estar por encima de la misteriosa sabiduría de aquel que en la historia de la salvación ha desafiado la sabiduría y el poder de los hombres con su locura y su debilidad89.

El arrojo de la fe

48. Hacemos un llamamiento al arrojo de la fe para expresar la profunda convicción de la Iglesia, según la cual una respuesta más comprometedora y generosa a la gracia, una confianza más explícita y cualificada en su potencia misteriosa y arrolladora, un testimonio más abierto y completo del misterio de Cristo, nunca la harán fracasar, a pesar de los cálculos humanos y de las apariencias exteriores, en su misión de salvar al mundo entero. Cada uno debe saber que lo puede todo en aquel que es el único que da la fuerza a las almas90 y el incremento a su Iglesia91.

La raíz del problema

49. No se puede asentir fácilmente a la idea de que, con la abolición del celibato eclesiástico, crecerían por el mero hecho, y de modo considerable, las vocaciones sagradas: la experiencia contemporánea de la Iglesia y de las comunidades eclesiales que permiten cl matrimonio a sus ministros parece testificar lo contrario. La causa de la disminución de las vocaciones sacerdotales hay que buscarla en otra parte, principalmente, por ejemplo, en la pérdida o en la atenuación del sentido de Dios y de lo sagrado en los individuos y en las familias, de la estima de la Iglesia como institución salvadora mediante la fe y los sacramentos; por lo cual, el problema hay que estudiarlo en su verdadera raíz.

3. EL CELIBATO Y LOS VALORES HUMANOS

Renunciar al matrimonio por amor

50. La iglesia, como más arriba decíamos (cf. n.10), no ignora que la elección del sagrado celibato, al comprender una serie de severas renuncias que tocan al hombre en lo íntimo, lleva también consigo graves dificultades y problemas, a los que son especialmente sensibles los hombres de hoy. Efectivamente, podría parecer que cl celibato no va de acuerdo con el solemne reconocimiento de los valores humanos, hecho por parte de la Iglesia en el reciente concilio; pero una consideración más atenta hace ver que el sacrificio del amor humano, tal como es vivido en la familia, realizado por el sacerdote por amor de Cristo, es en realidad un homenaje rendido a aquel amor. Todo el mundo reconoce en realidad que la criatura humana ha ofrecido siempre a Dios lo que es digno del que da y del que recibe.

El celibato, don de la gracia

51. Por otra parte, la Iglesia no puede y no debe ignorar que la elección del celibato, si se hace con humana y cristiana prudencia y con responsabilidad, está presidida por la gracia, la cual no destruye la naturaleza, ni le hace violencia, sino que la eleva y le da capacidad y vigor sobrenaturales. Dios, que ha creado al hombre y lo ha redimido, sabe lo que le puede pedir y le da todo lo que es necesario a fin de que pueda realizar todo lo que su creador y redentor le pide. San Agustín, que había amplia y dolorosamente experimentado en sí mismo la naturaleza del hombre, exclamaba: «Da lo que mandes y manda lo que quieras»92.

Dificultades superables

52. El conocimiento leal de las dificultades reales del celibato es muy útil, más aún, necesario, para que con plena conciencia se dé cuenta perfecta de lo que su celibato pide para ser auténtico y benéfico; pero, con la misma lealtad, no se debe atribuir a aquellas dificultades un valor y un peso mayor del que efectivamente tienen en el contexto humano y religioso, o declararlas de imposible solución.

El celibato no contraría la naturaleza

53. No es justo repetir todavía (cf. n.10), después de lo que la ciencia ha demostrado ya,,que el celibato es contra la naturaleza, por contrariar exigencias físicas, psicológicas y afectivas legítimas, cuya realización sería necesaria para completar y madurar la personalidad humana: el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios93, no es solamente carne, ni el instinto sexual lo es en él todo; el hombre es también, y sobre todo, inteligencia, voluntad, libertad; gracias a estas facultades es y debe tenerse como superior al universo; ellas le hacen dominador de los propios apetitos físicos. psicológicos y afectivos.

Mayor vinculación a Cristo y a la Iglesia

54. El motivo verdadero y profundo del sagrado celibato es, como ya hemos dicho la elección de una relación personal más íntima y completa con el misterio de Cristo y de la Iglesia, a beneficio de toda la humanidad; en esta elección no hay duda de que aquellos supremos valores humanos tienen modo de manifestarse en máximo grado.

El celibato y la elevación del hombre

55. La elección del celibato no implica la ignorancia o desprecio del instinto sexual y de la afectividad. lo cuál traería ciertamente consecuencias dañosas para el equilibrio físico o psicológico, sino que exige lúcida comprensión, atento dominio de sí mismo y sabia sublimación de la propia psiquis a un plano superior. De este modo, el celibato, elevando integralmente al hombre, contribuye efectivamente a su perfección.

El celibato y la maduración de la personalidad

56. El deseo natural y legítimo del hombre de amar a una mujer y de formarse una familia son, ciertamente, superados en el celibato; pero no se prueba que el matrimonio y la familia sean la única vía para la maduración integral de la persona humana. En el corazón del sacerdote no se ha apagado el amor. La caridad, bebida en su más puro manantial94, ejercitada a imitación de Dios y de Cristo, no menos que cualquier auténtico amor, es exigente y concreta95, ensancha hasta el infinito el horizonte del sacerdote, hace más profundo y amplio su sentido de responsabilidad -índice de personalidad madura-, educa en él, como expresión de una más alta y vasta paternidad, una plenitud y delicadeza de sentimientos96 que lo enriquecen en medida superabundante.

El celibato y el matrimonio

57. Todo el Pueblo de Dios debe dar testimonio del misterio de Cristo y de su reino, pero este testimonio no es el mismo para todos. Dejando a sus hijos seglares casados la función del necesario testimonio de una vida conyugal y familiar auténtica y plenamente cristiana, la Iglesia confía a sus sacerdotes el testimonio de una vida totalmente dedicada a las más nuevas y fascinadoras realidades del reino de Dios.
Si al sacerdote le viene a faltar una experiencia personal y directa de la vida matrimonial, no le faltan, ciertamente, a causa de su misma formación, de su ministerio y por la gracia de su estado, un conocimiento acaso más profundo todavía del corazón humano que le permitirá penetrar aquellos problemas en su mismo origen y ser así de valiosa ayuda, con el consejo y con la asistencia, para los cónyuges y para las familias cristianas97. La presencia, junto al hogar cristiano, del sacerdote que vive en plenitud su propio celibato subrayará la dimensión espiritual de todo amor digno de este nombre, y su personal sacrificio merecerá a los fieles unidos por el sagrado vínculo del matrimonio las gracias de una auténtica unión.

La soledad del sacerdote célibe

58. Es cierto; por su celibato el sacerdote es un hombre solo; pero su soledad no es el vacío, porque está llena de Dios y de la exuberante riqueza de su reino. Además, para esta soledad, que debe ser plenitud interior y exterior de caridad, él se ha preparado, se la ha escogido conscientemente, y no por el orgullo de ser diferente de los demás, no por sustraerse a las responsabilidades comunes, no por desentenderse de sus hermanos o por desestima del mundo. Segregado del mundo, el sacerdote no está separado del Pueblo de Dios, porque ha sido constituido para provecho de los hombres98, consagrado enteramente a la caridad99 y al trabajo para el cual le ha asumido el Señor100.

Cristo y la soledad sacerdotal

59. A veces la soledad pesará dolorosamente sobre el sacerdote, pero no por eso se arrepentirá de haberla escogido generosamente. También Cristo, en las lloras más trágicas de su vida, quedó solo, abandonado por los mismos que El había escogido como testigos y compañeros de su vida, y que había amado hasta el fin101; pero declaró: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo»102. El que ha escogido ser todo de Cristo hallará, ante todo, en la intimidad con El y en su gracia la fuerza de espíritu necesaria para disipar la melancolía y para vencer los desalientos; no le faltará la protección de la Virgen, Madre de Jesús; los maternales cuidados de la Iglesia, a cuyo servicio se ha consagrado; no le faltará la solicitud de su padre en Cristo, el obispo; no le faltará tampoco la fraterna intimidad de sus hermanos en el sacerdocio y el aliento de todo el Pueblo de Dios. Y si la hostilidad, la desconfianza, la indiferencia de los hombres hiciesen a veces no poco amarga su soledad, él sabrá que de este modo comparte, con dramática evidencia, la misma suerte de Cristo, como un apóstol, que no es más que aquel que lo ha enviado103, como un amigo admitido a los secretos más dolorosos y gloriosos del divino amigo, que lo ha escogido para que, con una vida aparentemente de muerte, lleve frutos misteriosos de vida eterna104.

II. ASPECTOS PASTORALES

1. LA FORMACIÓN SACERDOTAL

Una formación adecuada

60. La reflexión sobre la belleza, importancia e intima conveniencia de la sagrada virginidad para los ministros de Cristo y de la Iglesia impone también al que en ésta es maestro y pastor el deber de asegurar y promover su positiva observancia, a partir del momento en que comienza la preparación para recibir un don tan precioso.
De hecho, la dificultad y los problemas que hacen a algunos penosa, o incluso imposible, la observancia del celibato, derivan no raras veces de una formación sacerdotal que, por los profundos cambios de estos últimos tiempos, ya no resulta del todo adecuada para formar una personalidad digna de un hombre de Dios105.

La ejecución de las normas del concilio

61. El sagrado Concilio ecuménico Vaticano II ha indicado ya a tal propósito criterios y normas sapientísimas, de acuerdo con el progreso de la psicología y de la pedagogía y con las nuevas condiciones de los hombres y de la sociedad contemporánea106. Nuestra voluntad es que se den cuanto antes instrucciones apropiadas, en las cuales el tema sea tratado con la necesaria amplitud, con la colaboración de personas expertas, para proporcionar un competente y oportuno auxilio a los que tienen en la Iglesia el gravísimo oficio de preparar a los futuros sacerdotes.

Respuesta personal a la vocación divina

62. El sacerdocio es un ministerio instituido por Cristo para servicio de su Cuerpo místico, que es la Iglesia, a cuya autoridad, por consiguiente, toca admitir en él a los que ella juzga aptos, es decir, a aquellos a los que Dios ha concedido, juntamente con las otras señales de la vocación eclesiástica, también el carisma del sagrado celibato (cf. n.15).
En virtud de este carisma, corroborado por la ley canónica, el hombre está llamado a responder con libre decisión y entrega total, subordinando el propio yo al beneplácito de Dios, que lo llama. En concreto, la vocación divina se manifiesta en individuos determinados, en posesión de una estructura personal propia, a la que la gracia no suele hacer violencia. Por tanto, en el candidato al sacerdocio se debe cultivar el sentido de la receptividad del don divino y de la disponibilidad delante de Dios, dando especial importancia a los medros sobrenaturales.

El proceso de la naturaleza y el proceso de la gracia

63. Pero es también necesario que se tenga exactamente cuenta de su estado biológico para poderlo guiar y orientar hacia el ideal del sacerdocio. Una formación verdaderamente adecuada debe, por ello, coordinar armoniosamente el proceso de la gracia y el proceso de la naturaleza en sujetos cuyas condiciones reales y efectiva capacidad sean conocidas con claridad. Sus reales condiciones deberán ser comprobadas apenas se delineen las señales de la sagrada vocación, con el cuidado más escrupuloso, sin fiarse de un apresurado y superficial juicio, sino recurriendo inclusive a la asistencia y ayuda de un médico o de un psicólogo competente. No se deberá omitir una seria investigación anamnésica para comprobar la idoneidad del sujeto aun sobre esta importantísima línea de los factores hereditarios.

Los no aptos

64. Los sujetos que se descubran física y psíquica o moralmente ineptos, deben ser inmediatamente apartados del camino del sacerdocio; sepan los educadores que éste es para ellos un gravísimo deber; no se abandonen a falaces esperanzas ni a peligrosas ilusiones, y no permitan en modo alguno que el candidato las nutra, con resultados dañosos para él y para la Iglesia. Una vida tan total y delicadamente comprometida, interna y externamente, como es la del sacerdocio célibe excluye, de hecho, a los sujetos de insuficiente equilibrio psicofísico y moral, y no se debe pretender que la gracia supla en esto a la naturaleza.

Desarrollo de la personalidad

65. Una vez comprobada la idoneidad del sujeto, y después de haberlo recibido para recorrer el itinerario que lo conducirá a la meta del sacerdocio, se debe procurar el progresivo desarrollo de su personalidad, con la educación física, intelectual y moral ordenada al control y al dominio personal de los instintos, de los sentimientos y de las pasiones.

Necesidad de una disciplina

66. Esta educación se comprobará en la firmeza de ánimo con que se acepte una disciplina personal y comunitaria, cual es la que requiere la vida sacerdotal. Tal disciplina, cuya falta o insuficiencia es deplorable, porque expone a graves riesgos, no debe ser soportada sólo como una imposición desde fuera, sino, por así decirlo, interiorizada, integrada en el conjunto de la vida espiritual como un componente indispensable.

La iniciativa personal

67. El arte del educador deberá estimular a los jóvenes a la virtud sumamente evangélica de la sinceridad107 y a la espontaneidad, favoreciendo toda buena iniciativa personal, a fin de que el sujeto mismo aprenda a conocerse y a valorarse, a asumir conscientemente las propias responsabilidades, a formarse en aquel dominio de sí que es de suma importancia en la educación sacerdotal.

El ejercicio de la autoridad

68. El ejercicio de la autoridad, cuyo principio debe en todo caso mantenerse firme, se inspirará en una sabia moderación, en sentimientos pastorales, y se desarrollará como un coloquio y en un gradual entrenamiento que consienta al educador una comprensión cada vez más profunda de la psicología del joven y dé a toda la obra educativa un carácter eminentemente positivo y persuasivo.

Una elección consciente

69. La formación integral del candidato al sacerdocio debe mirar a una serena, convencida y libre elección de los graves compromisos que habrá de asumir en su propia conciencia ante Dios y la Iglesia.
El ardor y la generosidad son cualidades admirables de la juventud. e iluminadas y promovidas con constancia, le merecen, con la bendición del Señor, la admiración y la confianza de la Iglesia y de todos los hombres. A los jóvenes no se les ha de esconder ninguna de las verdaderas dificultades personales y sociales que tendrán que afrontar con su elección, a fin de que su entusiasmo no sea superficial y fatuo; pero a una con las dificultades será justo poner de relieve, con no menor verdad y claridad, lo sublime de la elección, la cual, si por una parte provoca en la persona humana un cierto vacío físico y psíquico, por otra aporta una plenitud interior capaz de perfeccionarla desde lo más hondo.

Una ascesis para la maduración de la personalidad

70. Los jóvenes deberán convencerse de que no pueden recorrer su difícil camino sin una ascesis particular, superior a la exigida a todos los otros fieles y propia de los aspirantes al sacerdocio. Una ascesis severa, pero no sofocante, que consista en un meditado y asiduo ejercicio de aquellas virtudes que hacen de un hombre un sacerdote: abnegación de sí mismo en el más alto grado —condición esencial para entregarse al seguimiento de Cristo108—, humildad y obediencia, que son expresión de la verdad interior y de la libertad recta y ordenada; prudencia y justicia, fortaleza y templanza, virtudes sin las que no puede existir una vida religiosa verdadera y profunda; sentido de responsabilidad, de fidelidad y de lealtad en asumir los propios compromisos; armonía entre contemplación y acción; desprendimiento y espíritu de pobreza, que dan tono y vigor a la libertad evangélica: castidad como perseverante conquista, armonizada con todas las otras virtudes naturales y sobrenaturales; contacto sereno y seguro con el mundo, a cuyo servicio el candidato se consagrará por Cristo y por su reino.
De esta manera, el aspirante al sacerdocio conseguirá, con el auxilio de la gracia divina, una personalidad equilibrada, inerte y madura, síntesis de elementos naturales y adquiridos, armonía de todas sus facultades a la luz de la fe y de la íntima unión con Cristo, que lo ha escogido para sí y para el ministerio de la salvación del mundo.

Períodos de experimentación

71. Sin embargo, para juzgar con mayor certeza de la idoneidad de un joven al sacerdocio y para tener sucesivas pruebas de que ha alcanzado su madurez humana y sobrenatural, teniendo presente que «es más difícil comportarse bien en la cura de las almas a causa de los peligros externos»109, será oportuno que el compromiso del sagrado celibato se observe durante períodos determinados de experimento, antes de convertirse en estable y defiuiti-o con el presbiterado110.

La elección del celibato como donación total

72. Una vez obtenida la certeza moral de que la madurez del candidato ofrece suficientes garantías, estará él en situación de poder asumir la grave y suave obligación de la castidad sacerdotal, como donación total de sí al Señor y a su Iglesia.
De esta manera, la obligación del celibato, que la Iglesia vincula objetivamente a la sagrada ordenación, la hace propia y personalmente el mismo sujeto, bajo cl influjo de la gracia divina y con plena conciencia y libertad, como es obvio, no sin el consejo prudente y sabio de experimentados maestros de espíritu. aplicados no ya a imponer. sino a hacer más consciente la grande y libre opción; y en aquel solemne momento, que decidirá para siempre de toda su vida, el candidato sentirá no el peso de una imposición desde fuera, sino la íntima alegría de una elección hecha por amor de Cristo.

2. LA VIDA SACERDOTAL

Una conquista incesante

73. El sacerdote no debe creer que la ordenación se lo haga todo fácil y que lo ponga definitivamente a seguro contra toda tentación o peligro. La castidad no se adquiere de una vez para siempre, sino que es el resultado de una laboriosa conquista y de una afirmación cotidiana. El mundo de nuestro tiempo da gran realce al valor positivo del amor en la relación entre los sexos, pero ha multiplicado también las dificultades y los riesgos en este campo. Es necesario, por tanto, que el sacerdote, para salvaguardar con todo cuidado el bien de su castidad y para afirmar el sublime significado de la misma, considere con lucidez y serenidad su condición de hombre expuesto al combate espiritual contra las seducciones de la carne en sí mismo y en el mundo, con el propósito incesantemente renovado de perfeccionar cada vez más y cada vez mejor su irrevocable oblación, que le compromete a una plena, leal y verdadera fidelidad.

Los medios sobrenaturales

74. Nueva fuerza y nuevo gozo aportará al sacerdote de Cristo profundizar cada día en la meditación y en la oración los motivos de su donación y la convicción de haber escogido la mejor parte. Implorará con humildad y perseverancia la gracia de la fidelidad, que nunca se niega a quien la pide con corazón sincero, recurriendo al mismo tiempo a los medios naturales y sobrenaturales de que dispone. No descuidará, sobre todo, aquellas normas ascéticas que garantiza la experiencia de la Iglesia, que en las circunstancias actuales no son menos necesarias que en otros tiempos111.

Intensa vida espiritual

75. Aplíquese el sacerdote en primer lugar a cultivar con todo el amor que la gracia le inspira su intimidad con Cristo, explorando su inagotable y santificador misterio; adquiera un sentido cada vez más profundo del misterio de la Iglesia, fuera del cual su estado de vida correría el riesgo de aparecerle sin consistencia e incongruente.
La piedad sacerdotal, alimentada en la purísima fuente de la palabra de Dios y de la santísima eucaristía, vivida en el drama de la sagrada liturgia, animada de una tierna e iluminada devoción a la Virgen Madre del sumo y eterno Sacerdote y reina de los apóstoles112, lo pondrá en contacto con las fuentes de una auténtica vida espiritual, única que da solidísimo fundamento a la observancia de la sagrada virginidad.

El espíritu del ministerio sacerdotal

76, Con la gracia y la paz en el corazón, el sacerdote afrontará con magnanimidad las múltiples obligaciones de su vida v de su ministerio, encontrando en ellas, si las ejercita con fe y. con celo, nuevas ocasiones de demostrar su total pertenencia a Cristo y a su Cuerpo místico por la santificación propia y de los demás. La caridad de Cristo que lo impulsa113 le ayudará no a cohibir los mejores sentimientos de su ánimo, sino a volverlos más altos y sublimes en espíritu de consagración, a imitación de Cristo, el sumo Sacerdote, que participó íntimamente en la vida de los hombres y los amó y sufrió por ellos114; a semejanza del apóstol Pablo, que participaba de las preocupaciones de todos115, para irradiar en el mundo la luz y la fuerza del evangelio de la gracia de Dios116.

Defensa de los peligros

77. Justamente celoso de la propia e íntegra donación al Señor, sepa el sacerdote defenderse de aquellas inclinaciones del sentimiento que ponen en juego una afectividad no suficientemente iluminada y guiada por el espíritu, y guárdese bien de buscar justificaciones espirituales y apostólicas a las que, en realidad, son peligrosas propensiones del corazón.

Ascética viril

78. La vida sacerdotal exige una intensidad espiritual genuina y segura para vivir del Espíritu y para conformarse al Espíritu117; una ascética interior y exterior verdaderamente viril en quien, perteneciendo con especial título a Cristo, tiene en El y por El crucificada la carne con sus concupiscencias y apetitos118, no dudando por esto de afrontar duras y largas pruebas119 . El ministro de Cristo podrá de este modo manifestar mejor al mundo los frutos del Espíritu, que son: caridad; gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad120.

La fraternidad sacerdotal

79. La castidad sacerdotal se incrementa, protege y defiende también con un género de vida, con un ambiente y con una actividad propias de un ministro de Dios; por lo que es necesario fomentar al máximo aquella «íntima fraternidad sacramental»121 de la que todos los sacerdotes gozan en virtud de la sagrada ordenación. Nuestro Señor Jesucristo enseñó la urgencia del mandamiento nuevo de la caridad y dio un admirable ejemplo de esta virtud cuando instituía el sacramento de la eucaristía y del sacerdocio católico122, y rogó al Padre celestial para que el amor con que el Padre lo amó desde siempre estuviese en sus ministros y El en ellos123.

Comunión de espíritu y de vida de los sacerdotes

80. Sea, por consiguiente, perfecta la comunión de espíritu entre los sacerdotes e intenso el intercambio de acciones, de serena amistad y de ayuda de todo género. No se recomendará nunca bastante a los sacerdotes una cierta vida común entre ellos, toda enderezada al ministerio propiamente espiritual; la práctica de encuentros frecuentes con fraternal intercambio de ideas, de planes y de experiencias entre hermanos; el impulso a las asociaciones que favorecen la santidad sacerdotal.

Caridad con los hermanos en peligro

81. Reflexionen los sacerdotes sobre la amonestación del concilio124 que los exhorta a la común participación en el sacerdocio para que se sientan vivamente responsables respecto de los hermanos turbados por dificultades, que exponen a serio peligro el don divino que hay en ellos. Sientan el ardor de la caridad para con ellos, pues tienen más, necesidad de amor, de comprensión, de oraciones, de ayudas discretas pero eficaces, y tienen un título para contar con la caridad sin límites de los que son y deben ser sus más verdaderos amigos.

Renovar la elección

82. Queríamos finalmente, como complemento y como recuerdo de nuestro coloquio epistolar con vosotros, venerables hermanos en el episcopado, y con vosotros, sacerdotes y ministros del altar sugerir que cada uno de vosotros haga el propósito de renovar cada año, en el aniversario de su respectiva ordenación o también todos juntos espiritualmente en el jueves Santo, el día misterioso de la institución del sacerdocio, la entrega total y confiada a nuestro Señor Jesucristo, de inflamar nuevamente de este modo en vosotros la conciencia de vuestra elección a su divino servicio, y de repetir al mismo tiempo, con humildad y ánimo, la promesa de vuestra indefectible fidelidad al único amor de El y a vuestra castísima oblación125.

3. DOLOROSAS DESERCIONES

La verdadera responsabilidad

83. En este punto, nuestro corazón se vuelve con paterno amor, con gran estremecimiento y dolor, hacia aquellos infelices, pero siempre amadísimos y queridísimos hermanos nuestros en el sacerdocio, que, manteniendo impreso en su alma el sagrado carácter conferido en el orden del presbiterado, fueron o son desgraciadamente infieles a las obligaciones contraídas al tiempo de su consagración sacerdotal.
Su lamentable estado y las consecuencias privadas y públicas que de él se derivan mueven a algunos a pensar si no es precisamente el celibato propiamente responsable en algún modo de tales dramas y de los escándalos que por ellos sufre el Pueblo de Dios. En realidad, la responsabilidad recae no sobre el sagrado celibato en sí mismo, sino sobre una valoración a su tiempo no siempre suficiente y prudente de las cualidades del candidato al sacerdocio, o sobre el modo con que los sagrados ministros viven su total consagración.

Motivos para las dispensas

84. La Iglesia es sensibilísima a la triste suerte de estos sus hijos y tiene por necesario hacer toda clase de esfuerzos para prevenir o sanar las llagas que se le infieren con su defección. Siguiendo el ejemplo de nuestros inmediatos predecesores, también hemos querido y dispuesto que la investigación de las causas que se refieren a la ordenación sacerdotal se extienda a otros motivos gravísimos no previstos por la actual legislación canónica (cf. CIC, can.214) [nuevos cán.290-291], que pueden dar lugar a fundadas y reales dudas sobre la plena libertad y responsabilidad del candidato al sacerdocio y sobre su idoneidad para el estado sacerdotal, con el fin de liberar de las cargas asumidas a cuantos un diligente proceso judicial demuestre efectivamente que no son aptos.

Justicia y caridad de la Iglesia

85. Las dispensas que eventualmente se vienen concediendo, en un porcentaje verdaderamente mínimo en comparación con el gran número de sacerdotes sanos y dignos, al mismo tiempo que proveen con justicia a la salud espiritual de los individuos, demuestran también la solicitud de la Iglesia por la tutela del sagrado celibato y la fidelidad integral de todos sus ministros. Al hacer esto, la Iglesia procede siempre con la amargura en el corazón, especialmente en los casos particularmente dolorosos en los que el negarse o rehusar llevar dignamente el yugo suave de Cristo se debe a crisis de fe o a debilidades morales, por lo mismo frecuentemente responsables y escandalosas.

Llamamiento doloroso

86. Oh si supiesen estos sacerdotes cuánta pena, cuánto deshonor, cuánta turbación proporcionan a la santa Iglesia de Dios; si reflexionasen sobre la solemnidad y la belleza de los compromisos que asumieron y sobre los peligros en que van a encontrarse en esta vida y en la futura; serían más cautos y más reflexivos en sus decisiones, más solícitos en la oración y. más lógicos e intrépidos para prevenir las causas de su defección espiritual y moral.

Solicitud hacia sacerdotes jóvenes

87. La madre Iglesia dirige particular interés hacia los casos de los sacerdotes todavía jóvenes que habían emprendido con entusiasmo y celo su vida de ministerio. ¿No les es quizá fácil hoy, en la tensión del deber sacerdotal, experimentar un momento de desconfianza, de duda, de pasión, de locura? Por esto, la Iglesia quiere que, especialmente en estos casos, se tienten todos los medios persuasivos, con el fin de inducir al hermano vacilante a la calma, a la confianza, al arrepentimiento, a la recuperación, y sólo cuando el caso ya no presenta solución alguna posible, se aparta al desgraciado ministro del ministerio a él confiado.

La concesión de las dispensas

88. Si se muestra irrecuperable para el sacerdocio, pero presenta todavía alguna disposición seria y buena para vivir cristianamente como seglar, la Sede Apostólica, estudiadas todas las circunstancias, de acuerdo con el ordinario o superior religioso, dejando que al dolor venza todavía el amor, concede a veces la dispensa pedida, no sin acompañarla con la imposición de obras de piedad y de expiación, a fin de que quede en el hijo desdichado, pero siempre querido, un signo saludable del dolor maternal de la Iglesia y un recuerdo más vivo de la común necesidad de la divina Misericordia.

Estimulo y aviso

89. Tal disciplina, severa y misericordiosa al mismo tiempo, inspira siempre en justicia y en verdad, suma prudencia y discreción, contribuirá sin duda a confirmar a los buenos sacerdotes en el propósito de una vida pura y santa, y servirá de aviso los aspirantes al sacerdocio para que con la prudente guía de sus educadores, avancen hacia el altar con pleno conocimiento, con supremo desinterés con arrojo de correspondencia a la gracia divina y a la voluntad de Cristo y de la Iglesia.

Consuelos

90. No queremos, por fin, dejar ti agradecer con gozo profundo al Señor, advirtiendo que no pocos de los que, fueron desgraciadamente infieles por algún tiempo a su compromiso, habiendo recurrido con conmovedora buena voluntad a todos los medios idóneos, principalmente a una intensa vida de oración, de humildad, de esfuerzos perseverantes sostenidos con la asiduidad al sacramento de la penitencia, han vuelto a encontrar, por gracia del sumo Sacerdote, la vía justa y han llegado a ser, para regocijo de todos, sus ejemplares ministros.

4. LA SOLICITUD DEL OBISPO

El obispo y sus sacerdotes

91. Nuestros queridísimos sacerdotes tienen cl derecho y el deber de encontrar en vosotros, venerables hermanos en el episcopado, una ayuda insustituible y valiosísima para la observancia más fácil y feliz de los deberes contraídos. Vosotros los habéis recibido y destinado al sacerdocio, vosotros habéis impuesto las manos sobre sus cabezas, a vosotros os están unidos para el honor sacerdotal en virtud del sacramento del orden, ellos os hacen presentes a vosotros en la comunidad de sus fieles, a vosotros os están unidos con ánimo confiado y grande, tomando sobre sí, según su grado, vuestros oficios y vuestra solicitud126. Al elegir el sagrado celibato, han seguido el ejemplo vigente desde la Antigüedad, de los obispos de Oriente y Occidente que constituye entre el obispo sacerdote un. motivo nuevo de comunión y, un factor propicio para vivirlo más íntimamente.

Responsabilidad y caridad pastoral

92. Toda la ternura de Jesús por sus apóstoles se manifestó con toda evidencia cuando El los hizo ministros de su cuerpo real y místico127; y también vosotros, en cuya persona «está presente en medio de los creyentes nuestro Señor Jesucristo, pontífice sumo»128, sabéis que lo mejor de vuestro corazón y de vuestras atenciones pastorales se lo debéis a los sacerdotes y a los jóvenes que se preparan para serlo129. Por ningún otro modo podéis vosotros manifestar mejor esta vuestra convicción que por la consciente responsabilidad, por la sinceridad e invencible caridad con las que dirigiréis la educación de los alumnos del santuario y, ayudaréis con todos los medios a los sacerdotes a mantenerse fieles a su vocación y a sus deberes.

El corazón del obispo

93. La soledad humana del sacerdote, origen no último de desaliento y de tentaciones, sea atendida ante todo con vuestra fraterna y amigable presencia y acción130. Antes de ser superiores o jueces, sed para vuestros sacerdotes maestros, padres, amigos y hermanos buenos Y misericordiosos, prontos a comprender, a compadecer, a ayudar. Animad por todos los modos a vuestros sacerdotes a una amistad personal y a que se os abran confiadamente, que no suprima, sino que supere con caridad pastoral el deber de obediencia jurídica, a fin de que la misma obediencia sea más voluntaria, leal y segura. Una devota amistad y una filial confianza con vosotros permitirá a los sacerdotes abriros sus almas a tiempo, confiaros sus dificultades en la certeza de poder disponer siempre de vuestro corazón para confiaros también las eventuales derrotas, sin el servil temor del castigo, sino en la espera filial de corrección, de perdón y de ayuda, que les animará a emprender con nueva confianza su arduo camino.

Autoridad y paternidad

94. Todos vosotros, venerables hermanos, estáis ciertamente convencidos de que devolver a un ánimo sacerdotal el gozo y el entusiasmo por la propia vocación, la paz interior y la esperanza de salvación, es un ministerio urgente y glorioso que tiene un influjo incalculable en una multitud de almas. Si en un cierto momento os veis constreñidos a recurrir a vuestra autoridad y a una justa severidad con los pocos que, después de haber resistido a vuestro corazón, causan con su conducta escándalo al Pueblo de Dios, al tomar las necesarias medidas procurad poneros delante todo su arrepentimiento A imitación de nuestro Señor Jesucristo, pastor y obispo de nuestras almas131, no quebréis la caña cascada ni apaguéis la mecha humeante132; sanad como Jesús las llagas133 salvad lo que estaba perdido134, id con ansia y amor en busca de la oveja descarriada para traerla de nuevo al calor del redil135 e intentad como El, hasta el fin136 el reclamo al amigo infiel.

Magisterio y vigilancia

95. Estamos seguros, venerables hermanos, de que no dejaréis de tentar nada por cultivar asiduamente en vuestro clero, con vuestra doctrina y prudencia, con vuestro fervor pastoral, el ideal sagrado del celibato; y que no perderéis jamás de vista a los sacerdotes que han abandonado la casa de Dios, que es su verdadera casa, sea cual sea el resultado de su dolorosa aventura, porque ellos siguen siendo por siempre hijos vuestros.

5. LA AYUDA DE LOS FIELES

Responsabilidad de todo el Pueblo de Dios

96. La virtud sacerdotal es un bien de la Iglesia entera; es una riqueza y gloria no humana que redunda en edificación y beneficio de todo el Pueblo de Dios. Por eso, queremos dirigir nuestra afectuosa y apremiante exhortación a todos los fieles, nuestros hijos en Cristo, a fin de que se sientan responsables también ellos de la virtud de sus hermanos que han tomado la misión de servirles en el sacerdocio para su salvación. Pidan y trabajen por las vocaciones sacerdotales y ayuden a los sacerdotes con devoción y con amor filial, con dócil colaboración, con afectuosa intención de ofrecerles el aliento de una alegre correspondencia a sus cuidados pastorales. Animen a estos sus padres en Cristo a superar las dificultades de todo género que encuentran para cumplir sus deberes con plena fidelidad, para edificación del mundo. Cultiven con espíritu de fe y de caridad cristiana un profundo respeto y una delicada reserva respecto al sacerdote, de modo particular por su condición de hombre enteramente consagrado a Cristo y a su Iglesia.

Invitación a los seglares

97. Nuestra invitación se dirige en particular a aquellos laicos que buscando más asidua e intensamente a Dios tienden a la perfección cristiana en vida seglar. Estos podrán, con su devota y cordial amistad, ser una gran ayuda para los sagrados ministros. Los laicos, en efecto, integrados en el orden temporal y al mismo tiempo empeñados en una correspondencia más generosa y perfecta a la vocación bautismal, están en condiciones, en algunos casos, de iluminar y confortar al sacerdote, que, en el ministerio de Cristo de la Iglesia, podría recibir daño en la integridad de su vocación con ocasión de ciertas situaciones y de cierto turbio espíritu del mundo. De este modo, todo el Pueblo de Dios honrará a nuestro Señor Jesucristo en los que le representan y de los que El dijo: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien a mí me recibe, recibe a aquel que me ha enviado»137, prometiendo segura recompensa al que ejercite la caridad de alguna manera con sus enviados138.

CONCLUSIÓN

La intercesión de María

98. Venerables hermanos nuestros, pastores del rebaño de Dios que está debajo de todos los cielos, y amadísimos hermanos e hijos nuestros: estando para concluir esta carta que os dirigimos con el ánimo abierto a toda la caridad de Cristo, os invitamos a volver con renovada confianza y con filial esperanza la mirada y el corazón a la dulcísima "Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, para invocar sobre el sacerdocio católico su maternal y poderosa intercesión. El Pueblo de Dios admira y venera en ella la figura y el modelo de la Iglesia de Cristo en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con El. María Virgen y Madre obtenga a la Iglesia, a la que también saludamos como virgen y madre:139, el que se gloríe humildemente y siempre de la fidelidad de sus sacerdotes al don sublime de la sagrada virginidad, y el que vea cómo florece y se aprecia en una medida siempre mayor en todos los ambientes, a fin de que se multiplique sobre la tierra el ejército de los que siguen al divino Cordero adondequiera que él vaya140.

Firme esperanza de la Iglesia

99. La Iglesia proclama altamente esta esperanza suya en Cristo; es consciente de la dramática escasez del numero de sacerdotes en comparación con las necesidades espirituales de la población del mundo; mas está firme en su esperanza, fundada en los infinitos y misteriosos recursos de la gracia, de que la calidad espiritual de los sagrados ministros engendrará también la cantidad, porque a Dios todo le es posible141.
En esta fe y en esta esperanza sea a todos auspicio de las gracias celestes y testimonio de nuestra paternal benevolencia la bendición apostólica que os impartimos con todo el corazón.
Dado en Roma, en San Pedro, el 24 del mes de junio del año 1967, quinto de nuestro pontificado.

*
AAS 59 (1967) 657-697.
1Mt 26,41.
2Carta del 10 de octubre de 1965 al Emmo. Card. E. Tisserant, leída en la 146 Congregación general del Concilio, el 11 de octubre.
3Cf. Mt 19,11-12.
4Cf. 1 Tim 3,2-5; Tit 1,5-6.
5Concilio Vaticano II, Decr. Christus Dominus, n. 35; Apostolicam actuositatem, n. 1; Presbyterorum ordinis, n. 10, 11; Ad gentes, n. 19, 38.
6Mt 19,11.
7Cf. Jn 4.10.
8Cf. Mt 5,13-14.
9Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes n.62.
10Cf. Ef 5,25-27.
11Decr. Presbryter. Ordinis n.16.
12Cf. Jn 16.13.
13Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum n. 8.
14Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Lumen gentium n.28; decr. Presbyterorum ordinis n 2.
151 Cor 4,1.
16Cf. 1 Cor 11,1.
17Jn 3,5; Tit 3.5.
18Jn 1,34; 17,4.
192 Cor 5,17; Gal 6,15.
20Cf. Gál 3,28.
21Gén 2,18.
22Mt 19.38.
23Cf Jn 2,1-11.
24Ef 5,32.
25Heb 8,6.
261 Cor 7.33-35.
27Decr. Presbyterorum ordinis n.16.
28Mt 13,11; Mc 4,11; Lc 8,10.
292 Cor 5,20.
30Jn 15.15; 20,17.
31Jn 17,19.
32Lc 18,29-30.
33Decr. Presbyterorum ordinis n.16.
34Mt 19,11-12.
35Mt 19,29.
36Cf. Mc Lc.
37Jn 15,13; 3,16.
38Cf. Mc 1,21.
39Const. Lumen gentium n.42.
40Flp 3,12.
41Cf. Ef 5.26-27.
42Jn 1,13. Cf. const. dogm. Lumen gentium n.42; decr. Presbyterorum ordinis n.16.
43Decr. Presbyterorum ordinis n.14.
44Cf. Lc 2,49; 1 Cor 7,32-33.
45Heb 9,24; 7,25.
46Cf. Decr. Presbyterorum ordinis n.13.
47Hch 6,2.
48Decr. Presbyterorum ordinis n.5.
49Jn 12,24.
50Cf. 1 Cor 14,31.
512 Cor 12,15. Decr. Optatam totius n.10.
52Decr. Presbyterorum ordinis n.16.
53Jn 17,18.
54Rom 1,14.
55Jn 18,36.
56Const. past. Gaudium et spes n.39.
57Const. dogm. Lumen gentium n.5.
58Flp 3,20.
591 Jn 3,2.
60Const. dogm. Lumen gentium n.48.
61Mt 22,30.
62Cf. 1 Jn 2,16.
63Concilio Vaticano II, Decr. Perfectae caritatis n.12.
64Cf. 1 Cor 7,29-31.
65Col 3,1-4.
66Cf. TERTULIANO, De exhort. Castitati 13: PL 2,978: SAN EPIFANIO, Adv. haer. 2,48,9 y 59,4: PL 41,869.1025; SAN EFRÉN, Carmina nisibena 18, 19. ed. G. Bickell (Lipsiac 1866), 122; EUSEBIO DE CESAREA, Demonstr. Evang. 1,9: PG 22,81; SAN CIRILO DE. JERUSALÉN, Catech. 12,25: PG 33,7157; SAN AMBROSIO, De Ofic.. ministri 1,50: PL 16,97s; SAN AGUSTÍN, De moribus Eccl. cathol. 1,32: PL 32,1339; SAN JERÓNIMO, Ad Vigilant 2: PL 23.340-341; SINESIO, OBISPO DE TOLEM., Epist. 105: PG 66,1485.
67La primera vez en el concilio de Elvira, en España (c. a.300), c.33; MANSI 2,11.
68Ses.24, can.9-10.
69San Pío X, Exhort. Haerent animo: ASS 41 (1908) 555-557; BENEDICTO XV, Carta al Arzob. de Praga F. Kordac, 29 de enero de 1920: AAS 12 (1920) 57s: Alloc. consist. 16 dic. 1920: AAS 12 (1920) 585-588; Pio XI, Enc. Ad catholici sacerdotii: AAS 28 (1936) ,24-30; PIO XII, Exhort. Menti nostrae: AAS 42, (1950) 657-702; Enc. Sacra virginitas: AAS 46 (1954) 161-191: JUAN XXIII. Enc. Sacerdotii nostri primordia: AAS 51 (1959) 554-556.
70Aloc. II al Sínodo romano, 26 de enero de 1960: AAS 52 (1960) (texto latino, 226).
71Can.6.12.13.48: MANSI 11,944-948.965.
72Decr. Presbyterorum ordinis n.16.
73De virginitate 13: PG -16,381-382.
74De sacerdotio 1,3,4: PC 48.642.
75Const: dogm. Lumen gentium n.21.28.64.
76Const. cit. n.29.
77Const. cit. n.42.
78Decr. Presbyterorum ordinis n.16.
79Decr. Optatam totius, n. 2; Presbyter. ordinis, n. 11.
80Cf. Rom 3.23.
812 Cor 8.23.
82Cf. Ef 1.6.
83Flp 1,8.
84Lc 12,32.
85Mt 28,20.
86Jn 16,33.
87Mc 4;26-29.
88Mt 9,37-38.
891 Cor 1,20-31.
90Flp 4,13.
911 Cor 3,6-7.
92Confes. 1,29.40: PL. 32,796.
93Gén 1.26-27.
94Cf. 1 Jn 4,8-16.
95Cf. 1 Jn 3,16-18.
96Cf. Tes 2,11; 1 Cor 4,15; 2 Cor 6,13; Gál 4.19; 1 Tim 5,1-2.
97Cf. 1 Cor 2,15.
98Heb 5,1.
99Cf. 1 Cor 14,4s.
100Decr. Presbyter. ordinis n.3.
101Jn 13,1.
102Jn 16,32.
103Cf. Jn 13,16; 15,18.
104Cf. Jn 15,16-20.
1051 Tím 6,11.
106Decr. Optatam totius n.3-11; cf. decr. Perfectae caritatis n.12.
107Cf. Mt 5,37.
108Mt 16.24: Jn 12.25.
109Santo Tomás de Aquino, S.Th. II-II q.184 a.8, c.
110Decr. Optatam totius n.12.
111Decr. Presbyter. ordinis n.16, 18.
112Decr. Presbyter. ordinis n.18.
1132 Cor 5,14.
114Heb 4,15.
1151 Cor 9,22; 2 Cor 11,29.
116Hch 20,24.
117Gál 5,25.
118Gál 524.
119Cf. 1 Cor 9,26-27.
120Gál 5,22-23.
121Decr. Presbyterorum ordinis n.8.
122Jn 13,15 y 34-25.
123Jn 17,26.
124Decr. cit. ibid.
125Cf. Rom 12,1.
126Const. Dogm. Lumen gentium n.28.
127Cf. Jn 13,17.
128Const. Dogm Lumen gentium n.21.
129Decr. Presbyterorum ordinis n.7.
130Decr. cit. ibid.
131Cf. 1 Pe 2, 25.
132Mt 12, 20.
133Cf. Mt 9,12.
134Cf. Mt 18,11.
135Cf. Lc 15,4s.
136Cf. Lc 22,48.
137Mt 10,40.
138Ibíd., v.42.
139Const. dogm. Lumen gentium, n. 63, 64.
140Ap 14,4.
141Mc 10,27; Lc 1,37.